El aula, con un novel (II)

Entre lo bueno y lo malo, lo bonico y lo bonito, estoy un poco incomunicado. Sin internet ni móvil (bueno ahora si), sin gente con la que salir, aquí me encuentro en una ciudad sólo y acompañado.

Ayer descubrí que la batería de mi móvil tenía un fin y así era porque mis padres en afán de cuidarme hasta el extremo, se olvidaron del cargador de mi aparato telefónico multicelular portátil. Lo han enviado por correo, pero los muy correistas (mi tío en Jaén uno de ellos) se han hecho la picha un lío y no ha llegado bien a su destino (el colegio) o lo que fuere, porque mi madre ha llamado a la central de buzones S.A. (ya sabéis que ahora correos es una empresa privada) y dicen que el paquete no ha llegado porque estuve ausente en su recogida. Normal, como es de esperar no saben que en un colegio, aunque sea en verano, se dan clases a chavales/alas.

Tras el ajetreo de esta mañana de hacer exámenes porque esta tarde era al junta de evaluación (que suena pomposo, pero sólo es gente con palmeras de chocolate, refrescos y bolis apuntando a un papel notas sin control) acabar a las ocho más o menos y todo lo demás, me veo sin cargador y posiblemente sin los números que guardé en el móvil nuevo (la memoria del móvil, que no la targeta SIM) y que necesito en estos casos porque me gustaría salir por ahí hoy.

El dilema es bien claro, ahora que hago: salgo sin control por ahí en busca de un plan espontáneo con gente desconocida y posiblemente extrovertida o me quedo en casa con una mano delante y otra detrás (para aguantar el calor) viendo una película de lo primero que pase por mi disco duro.

Creo que me ducharé y jugaré con el azar del libre albedrío almeriense a ver qué dados me tocan, total, a unas malas me tomo un helado, alivio mi calor con un poco de viento sureño Español y escucho agua con sal salteada de rocas de mar.